sábado, 3 de septiembre de 2016

Rituales de sábado

La verdad es que estuve intentando encontrar donde nacieron mis ganas de viajar, de descubrir. Y no estoy segura, pero se me vinieron a la mente los innumerables sábados en los que mis viejos preparaban el mate y nos subían al Volvo para ir a recorrer pueblitos fantasmas en los alrededores de Paraná. Era una especie de ritual. Yo lo amaba. Me sentaba en el asiento de atrás (y en el medio, por ser en ese entonces la chiquita de la familia), y con vergüenza y algo de picardía saludaba a los autos que pasaban. Siempre íbamos a lugares distintos, y si eran los mismos, yo no los distinguía. Así conocí todos los alrededores de la ciudad en la que nací, sábados soleados, nublados, fríos o sofocantes. Aunque ahora que lo pienso, también podía ser un ritual de domingo.

Para mí siempre era una aventura nueva. Nueva comida, nuevas calles, nueva gente. Hasta que ya llegando a la adolescencia lo empecé a ver como un castigo “¿Ay por qué siempre se les ocurre ir al medio del campo? ¡Quiero ver a mis amigas, no ir a un pueblucho!”. Adolescentes. Adolecer. Adolecer significa sufrir ¿Sabían? Qué monstruos horribles que son los adolescentes. Si escuchara a mi yo adolescente estoy segura que le calzaría una piña para que no diga tantas estupideces por un segundo. Pero bueno, en fin, con la adolescencia se acabaron esos viajecitos. Entonces mis viejos terminaron llevando a mi hermanita menor a pasear. Aunque, como era de esperarse, ahora que ella está en plena adolescencia “ya no está para esas cosas”… y no puedo culparla por pensar así.



 




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